de vuelta

"No, no podemos ir a Kosovo. Francamente ahí no hay nada que ver, además, para nosotros, como serbios es peligroso, sin contar que no son menos de diez horas de viaje, el camino es difícil, habría que rodear las montañas, y tampoco tenemos tiempo" eso me dijo Dushka cuando le manifesté mi deseo de ir a la tierra que es el constante escenario de la obra de Kadaré. Ni hablar, todo lo que dijo es verdad, sin embargo no me abandona la tentación de pisar alguna vez aquel suelo legendario.
Llegamos Claire y yo a las cinco de la mañana a la ciudad de Novi Sad, que más que una ciudad parece un pueblo grande. Ahí todo mundo se conoce, no pasaba una hora sin que alguien saludara a Dushka efusivamente. Después de la cálida reserva y el orden de Viena, Novi Sad fue un torrente de alegría y sonrisas por todos lados. Claire me comentó que en una disertación ella recalcó que no existe una Europa Central (si acaso en un contexto meramente geográfico), porque el paso de Europa Occidental a Europa del Este es evidente. Yo pasé de Budapest a Viena y de Viena nuevamente a Budapest para encontrarme con Claire, el tren para Novi Sad hizo seis horas y es cierto que el paisaje de Budapest a Viena es contrastante con el de Budapest a Serbia.
En Serbia salíamos todas las noches a tomar unas cervezas o lo que fuera a alguno de los bares del centro, donde todo mundo se conoce y se encuentra. Cuando entramos en materia de diferencias y afinidades culturales yo mencioné que eso de conocer a tanta gente no pasaba en el D.F, es obvio puesto que es una ciudad demasiado grande como para que todo mundo se conozca, tan sólo sucede, me atrevo a decir, en la Roma, en la Condesa y en Coyoacán, con la gente que siempre va ahí, pero aún así, no es tan común que conozcas a la mitad de la gente del bar a menos que seas una "celebridad". Y no obstante, Dushka también estuvo de acuerdo, tenemos más en común con la gente de lugares como Novi Sad (en Belgrado no estuvimos tanto tiempo como para comprobarlo) que, por ejemplo con la de Viena, porque la gente es menos reservada, el sentido del orden no es algo preponderante, los lugares son más divertidos que bonitos, la gente es más abierta en cuanto a la convivencia que correcta. En Viena, con Carl fuimos a algunos bares con los que también quedé encantada, pequeñas cantinas en las que puedes encontrar a gente solitaria que solo busca compartir una buena charla y beber a gusto. En Serbia no hay gente sola bebiendo, el ruido está por todas partes. Las noches de Viena son silenciosas y parecen creadas por un conjuro, en Novi Sad las noches son de algarabía. La media noche en Viena es solitaria, en Novi Sad la gente a media noche sale.
De día en Serbia íbamos a la playa (¡!), yo revisé mi mapa geográfico mental y me pregunté si sería una playa artificial como las que nuestro bien ponderado jefe de gobierno nos hizo el favor de construir en la capital, pero resultó aún más sorprendente: la playa era el borde del Danubio. En lugar de ver el azul insondable y el horizonte como normalmente se ve en una playa común, veíamos las casas del otro lado del río.
Y así, entre esta y otras cosas, mi estancia en Europa Central fue extraordinaria, los serbios me invitaron a volver, para lo cual no necesito mucho trabajo de convencimiento, en Viena también tengo un lugar al cual puedo regresar (de hecho por poco me quedo ahí) y Budapest...bueno eso es otra historia.
En Hungría, además de los dos días que estuve ahí con Claire, había ya pasado una semana por mi cuenta, vagando sola por la extraña capital. Noches calurosas y llenas de café.
Ahi, en una librería de la avenida Andrassy encontré un tesoro literario. Una antología bilingüe de poesía húngara.

Francamente no soy partidaria de traducir una traducción, no me parece ético, pero en vista de las pocas posibilidades de que estos grandes poetas húngaros sean pronto traducidos al español y en vista también de que es aún más fácil que suceda lo anterior a que yo aprenda húngaro, he decidido subir tan sólo uno de los poemas que me pareció estremecedor (esos húngaros tan atormentados).



El poema se titula "Canción de nada" (Ének a semmiről), y es de Dezső Kosztolányi, nacido en 1885 en Subotica (se pronuncia Subotitsa), antes parte del Imperio austrohúngaro, hoy parte de Serbia. La traducción al inglés es de George Szirtes así que lo mío no es sino una versión de dicha traducción.

Canción de nada

Todo lo que ahora aprecio, dejaré perecer
todo lo que ahora veo, dejaré desvanecer
con el rostro entre las manos, y así terminar,
tendido en la oscuridad, donde nada hay
sino profundos pozos magnéticos y latidos.

Antes de cualquier cosa, estuvo el vacío,
para mí es incluso más familiar,
y ya no puede ser del todo malo, pues su peculiar poder
puede dar a luz vida y cuerpo
que en sí mismos son endebles y sangrantes.

El traje que visto es extraño, con nuevos ornamentos ,
bueno por algunos años, medio remendado, medio ahogado,
estropeado en burlas, con lágrimas regado,
¡qué acogedora cada una de sus oraciones!,
su atemporalidad me da más confianza.

Desde la eternidad hasta aquí he venido
fundido con la totalidad,
no he prosperado, más bien me desmorono,
y todo lo que aprendimos lo hemos sabido siempre:
desaparecemos y morimos por etapas.

Si tienes miedo, ve con los del otro mundo,
golpea las tumbas silenciosas, con audacia pregunta
por el bálsamo que los mantiene mudos y hostiles,
ellos te dirán que no lo comparten,
pero si ellos pueden, nosotros también podemos soportarlo.

Amigo, cantemos ahora en coro:
¿qué fue lo que alguna vez nos impidió
caminar por el polvo anterior a nosotros?
¿Por qué, en plena gloria de César y Napoleón,
nuestros corazones se hundían en continua angustia?



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