En el cofre atascado de cucharas había una nota del padre de Alfredo, acumulador de cosas inútiles:
La cuchara es uno de los objetos más bellos del mundo. La elegancia de sus curvas, su simplicidad, su textura. Siento cómo se desliza el metal dentro de mi boca, cómo se adapta y encaja, cómo en el vulgar acto de la alimentación la cuchara lleva la medida: una mínima cantidad. Un tenedor es grotesco y no entiende de belleza. El cuchillo es violento y agresivo. Son instrumentos que dividen y aniquilan. La cuchara, en cambio, entra suavemente, se desliza en su propia redondez y sale trazando sutiles senderos en el aire. Yo veo esos senderos y trato de que permanezcan abiertos el suficiente tiempo para meterme en ellos pero el aire siempre los cierra. El espacio, como el silencio, no puede ser cortado con cuchillo, se precisa un arma de naturaleza imperceptible. El vacío no puede asirse con tenedor, una cuchara en cambio lo busca y cobija. Todo está en encontrar en las cosas aquello que no parecen.
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